jueves, 31 de diciembre de 2009

Mi querida vieja




Vieja, mi querida vieja, ochenta y ocho años adornan tu cabeza, como brillante corona al mérito por haber alcanzando tan envidiable trayecto. Vieja, tus manos y piernas lucen ya desgastadas por tanto trabajo que han soportado, pero tu sonrisa nunca ha cambiado, ha sido la misma desde los tiempos de tu juventud en aquel campo olvidado, en el que el tiempo nunca pasa, solo los cuerpos que se transforman a través de los años.

Vieja querida, miro el amor con el que me preparas ese dulce de coco tierno, guaya que guaya, mueve que mueve la paila, la experiencia nunca se improvisa, ya es tarea sencilla para ti, lo aprendiste de tu madre y ella a su vez de la suya. Yo al mirarte pienso, que el mundo es tan grande, pero que a la vez eso no te importa, es aquel campito tu casa, tu castillo y tu reino.

Vieja, te quiero. Y si, se que te gusta que te den tus pesos, jugar la quiniela y que te traigan montones de cosas inservibles desde el extranjero, que las atesorarás en una esquina o la pondrás a la venta con el increíble pretexto de que lo haces para sostenerte. Pero aun así, te quiero, con el mismo fervor con el que lo hacen tus diez hijos, fruto de ese bendecido vientre y el onceavo, que desde el cielo vela por ti.

Vieja, no quiero ver el día en que no estés con nosotros, no quiero ver ese vínculo entre el campo y la ciudad roto, fruto de tu partida. Así que le pido a Dios cada día que permita a mis futuros hijos en algún momento, poder sentir un abrazo tuyo y escuchar una que otra historia de las que me contaste cuando niño.

Vieja, te quiero…

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