jueves, 31 de diciembre de 2009

Mi querida vieja




Vieja, mi querida vieja, ochenta y ocho años adornan tu cabeza, como brillante corona al mérito por haber alcanzando tan envidiable trayecto. Vieja, tus manos y piernas lucen ya desgastadas por tanto trabajo que han soportado, pero tu sonrisa nunca ha cambiado, ha sido la misma desde los tiempos de tu juventud en aquel campo olvidado, en el que el tiempo nunca pasa, solo los cuerpos que se transforman a través de los años.

Vieja querida, miro el amor con el que me preparas ese dulce de coco tierno, guaya que guaya, mueve que mueve la paila, la experiencia nunca se improvisa, ya es tarea sencilla para ti, lo aprendiste de tu madre y ella a su vez de la suya. Yo al mirarte pienso, que el mundo es tan grande, pero que a la vez eso no te importa, es aquel campito tu casa, tu castillo y tu reino.

Vieja, te quiero. Y si, se que te gusta que te den tus pesos, jugar la quiniela y que te traigan montones de cosas inservibles desde el extranjero, que las atesorarás en una esquina o la pondrás a la venta con el increíble pretexto de que lo haces para sostenerte. Pero aun así, te quiero, con el mismo fervor con el que lo hacen tus diez hijos, fruto de ese bendecido vientre y el onceavo, que desde el cielo vela por ti.

Vieja, no quiero ver el día en que no estés con nosotros, no quiero ver ese vínculo entre el campo y la ciudad roto, fruto de tu partida. Así que le pido a Dios cada día que permita a mis futuros hijos en algún momento, poder sentir un abrazo tuyo y escuchar una que otra historia de las que me contaste cuando niño.

Vieja, te quiero…

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Una nueva oportunidad para sonreir

Me encontraba varado en el aeropuerto de Ciudad Panamá, un tanto molesto e incomodo. Era el viaje más accidentado que podría haber tenido: múltiples retrasos de vuelos, la tarjeta de crédito -mal necesario- no funcionó cuando se necesitaba, lo cual hizo que mis reservas del tesoro estuvieran con numeritos rojos, la reserva para volver a mi patria sorpresivamente se cayó y no aparecía en el momento en que el avión estaba lleno, lo cual consistió en el susto más grande que había sufrido (claro, en Rio sin un peso encima, difícil sobrevivir). En esencia, se puede decir que salí a flote gracias a la misericordia divina.

De vuelta en el aeropuerto, la desesperación, la soledad y el cansancio se apoderaban de mí. Los deseos de volver a mi casa se multiplicaban con cada segundo, pero nada podía salir bien, y después de estar cómodamente sentado en el avión, nos sacan, ya que la máquina presentó un defecto en el fuselaje. ¿Por qué Dios? ¿Por qué? Me preguntaba impacientemente.
Sin más que hacer saco un libro, “Camino”, de la autoría de San Josemaría Escrivá de Balaguer, parte porque me gusta leer, parte porque me ha llamado la atención bastante este santo. No exagero al decir que lo que he aprendido en las pocas paginas leídas hasta el momento valen para una enciclopedia.

Ese es precisamente el momento cuando aparece el primer personaje de mi historia, no se su nombre, así que la llamaré con un nombre típico anglosajón, Jane, así es, estaba a dos filas de asientos delante de mí. Era un chica típica del norte, así que no gastaré tiempo ni líneas describiéndola, solo que debía rondar por los doce o trece años de edad. Allí estaba ella, con los ojos aguados, triste. La vi, sentí el deseo de preguntarle que le pasaba, de ser un caballero medieval, un ángel protector, pero nada… La cobardía es más fuerte que la caballería, incluso que Sir Lancelot.

Al rato apareció nuestro segundo personaje, de pelo gris, cuarenta y tantos, barba canosa y blanco como la nieve del norte. Joe lo llamaré, entró con hamburguesa y Coca Cola en mano, y una sonrisa en el rostro. Se sentó, le preguntó algo a Jane, me imagino quizás, qué pasaba, luego se sentó a su lado.

No es que sea un fisgón, pero por lo que pude escuchar, parece que la adolescente lloraba por asuntos familiares, la palabra “Christmas” no faltó en la conversación. Al poco rato de conversar parece como que nada de lo anterior hubiera pasado. No escuché a fondo lo que hablaban, pero por lo que pude descifrar supe que Joe aconsejaba a Jane, como un padre lo hace con su hija, y entre mordisco a la grasosa carne de vaca entre pan y sorbo a la gaseosa, la palabra “smile” salió a relucir.

Mi vuelo no mejoró, pero en esta sala de espera, de este aeropuerto, pude ver cuán grande es Dios y como él, cual padre bueno, nos va enseñando constantemente en la vida. Si le prestara toda la atención a lo malo de las cosas y a las precariedades de la vida, concluiría que la misma es una mierda. Aun así, estos breves instantes son los que nos hacen aprender que solo basta con una sonrisa, una Coca Cola y hamburguesa, que son opcionales claro, pero sobre todo, unas buenas palabras calurosas y paternas son suficientes para cambiar lagrimas por sonrisas. Y con ellas soltar las cargas pesadas de la vida, y volar ligero, como mi vuelo de regreso a mi patria y mi hermosa familia que con ansias me esperaba.

Rio de Janeiro

De los lugares que he podido visitar, valga la gracia de Dios, no hay ninguno como esta ciudad. Rio no se puede catalogar ni como un pedazo de cielo, pero tampoco enteramente terrenal, hay algo místico en ella. Presenciar de manera parcial o total su belleza es como descubrir un esfuerzo mancomunado entre Dios y el hombre. Por un lado, los cayos que van trazando la ruta hacia tierra, allá las playas, kilométricas, de fina arena, como si no tuviesen fin. Las montañas, que parecen como si su deseo fuese clavarse en el mar; de formas tan sorprendentes y a la vez divertidas, que no se necesita ser niño para interpretar figuras con ellas.

El hombre por su lado quiso honrar a la naturaleza creando todo un sin número de edificaciones que parecen compiten todas y cada una por ser más popular, claro, como compiten los brasileños, en equipo. Por un lado están las del Downtown que se alzan con su increíble modernidad y figuras que solo la arquitectura del nuevo siglo puede crear, por otro lado están las de Copacabana e ipanema, que invitan desde lejos a vivir una vida en el mayor relax frente a la playa, y por supuesto, no se pueden quedar las más humildes, las favelas, las que a pesar de ser pequeñas, todas unidas a un solo tono ladrillo o azul celeste son capaces de ser vistas desde el pan de azúcar.

Como bien hizo algún rey Medieval al construir su castillo al borde de la más alta colina como estrategia de defensa, de igual manera los faveleros por voluntad o por necesidad han hecho de las favelas sus castillos, y es que en efecto, ellos son los reyes, los que trazan la política de paz para los que no viven en el "Reino" y para la policía, que bien parecen militares gracias a su armamento.

Un poco más hacia el cielo se encuentra en el punto más alto posible, tocando el cielo, el Cristo redentor, impotente, majestuoso, observando desde el Corcovado a toda la ciudad, con los brazos abiertos como si estuviera diciendo: "Hijos míos, aquí estoy para ustedes", y abrazar a quien en cualquier momento y en cualquier situación decida entregarse a él.

Rio es baile, es música, alegría. De manera acertada dice una canción: "Baile la calle de noche, baile la calle de día", sin lugar a dudas, el autor se refería a esta ciudad. Al amanecer bella gente caminando hacia la playa; en la noche, bella gente caminando hacia la Disco, aunque podría ser en viceversa. Bares, restaurantes todos repletos, esa transición de playa y rumba hacen de esta ciudad un paraíso para los más aventureros, y otro aun mayor para los que gustan de contemplar chicas hermosas por montón.

Después de todo esto solo una sola cosa me puede faltar, el carnaval, pero ya será hasta febrero, nos volveremos a ver Rio, nos volveremos a ver...

martes, 22 de diciembre de 2009

El gigante de oriente despierta

Desde la Universidad venía escuchando, gracias a la forma más rápida de comunicación (no, no es el internet, son los chismosos y especuladores), que China experimentaba un renacer fruto de la revolución cultural y económica, y que esto era algo sin igual, que son la próxima potencia mundial, entre otras cosas. Para esto solo puedo decir, que todas las palabras se quedan cortas.

Es increíble todo lo que existe en ese inmenso país, y discúlpenme si mi mentalidad isleña es muy pequeña, pero las cosas que se ven en ese lugar no pueden ser vistas en ningún otro. Los edificios en Beijing parecieran que desafiaran las leyes de la naturaleza, con diseños que ni un creador de dibujos animados pudo haberse imaginado. La torre de CCTV, el Olympic Green con su nido de ave, su cubo de agua, la torre del comité olímpico, entre otros más, hacen creer como si uno estuviera viviendo varios años en el futuro.

Pero China no es solo cemento, varilla y cristal, es también tradición y cultura. Visitar la ciudad prohibida es como transportarse a aquellos tiempos que solo pueden presenciarse en películas, es también imaginarse al emperador con toda su corte, las batallas, el honor de los guerreros y la lealtad hacia sus gobernantes, pero también los sentimientos de odio y traición que bien existen desde el principio de la humanidad.

Y hablando sobre lealtad, es increíble como si bien la lealtad o la imposición hicieron que millares de hombres crearan a través de los años una obra tan inmensa que puede ser vista desde el espacio. Y es que no podemos esperar menos de estas personas, desde sus antepasados han estado acostumbrados a pensar en grande y a trabajar en grande. La tierra los favoreció con múltiples porciones de terreno, aguas, montañas, minerales, en resumen, con mucho de todo, incluyendo gente podría decirse. Pero esta demasía se ha convertido en el factor para imponer una cultura y unos estándares a través del globo terráqueo, ¿quién no conoce el dragón rojo? ¿O no se ha comido un Chow fan? ¿O no ha caído seducido ante la belleza de Lucy Liu? Es que son gigantes, gigantes del oriente (no solamente Jao Ming), son un pueblo de gigantes, pero no gigantes como los malévolos cíclopes de la Odisea, son gente trabajadora hasta el extremo, respetuosas, educadas, son únicas, muy lejos de ser ordinarias por más que se parezcan unas de otras, de hecho, a veces aparece una que otra china con bastantes encantos en el Mercado de la Seda.

¿Y cómo olvidar el Mercado de la Seda? en ese lugar pude descubrir algo desconocido para mí, aparte de que venden mercancía falsificada, escuché unas cuantas frases que me llamaron la atención. Frases como: "Balato balato, tu loco y tacaño" acompañadas de un apretón en el brazo, y en la peor de las suertes un pellizco, son razones suficientes pasa demostrar que las chinas son "vendedoras compulsivas".

En resumen, no hay espacio suficiente para escribir todo sobre estos gigantes, solo eso, que son gigantes. Estas cuatro páginas de esta libreta, fiel acompañante, que dedico a este país se quedan cortas, parece que no he escrito nada. Tantas cosas que vi, tantas que se quedaron por ver, es necesario parar el tiempo, porque estos dos no van a la par. Ojala algún día aprendamos de estas personas, mientras, yo le doy gracias a Dios por no dejarme cerrar los ojos para nunca más abrirlos sin ver a estos gigantes.