miércoles, 23 de diciembre de 2009

Una nueva oportunidad para sonreir

Me encontraba varado en el aeropuerto de Ciudad Panamá, un tanto molesto e incomodo. Era el viaje más accidentado que podría haber tenido: múltiples retrasos de vuelos, la tarjeta de crédito -mal necesario- no funcionó cuando se necesitaba, lo cual hizo que mis reservas del tesoro estuvieran con numeritos rojos, la reserva para volver a mi patria sorpresivamente se cayó y no aparecía en el momento en que el avión estaba lleno, lo cual consistió en el susto más grande que había sufrido (claro, en Rio sin un peso encima, difícil sobrevivir). En esencia, se puede decir que salí a flote gracias a la misericordia divina.

De vuelta en el aeropuerto, la desesperación, la soledad y el cansancio se apoderaban de mí. Los deseos de volver a mi casa se multiplicaban con cada segundo, pero nada podía salir bien, y después de estar cómodamente sentado en el avión, nos sacan, ya que la máquina presentó un defecto en el fuselaje. ¿Por qué Dios? ¿Por qué? Me preguntaba impacientemente.
Sin más que hacer saco un libro, “Camino”, de la autoría de San Josemaría Escrivá de Balaguer, parte porque me gusta leer, parte porque me ha llamado la atención bastante este santo. No exagero al decir que lo que he aprendido en las pocas paginas leídas hasta el momento valen para una enciclopedia.

Ese es precisamente el momento cuando aparece el primer personaje de mi historia, no se su nombre, así que la llamaré con un nombre típico anglosajón, Jane, así es, estaba a dos filas de asientos delante de mí. Era un chica típica del norte, así que no gastaré tiempo ni líneas describiéndola, solo que debía rondar por los doce o trece años de edad. Allí estaba ella, con los ojos aguados, triste. La vi, sentí el deseo de preguntarle que le pasaba, de ser un caballero medieval, un ángel protector, pero nada… La cobardía es más fuerte que la caballería, incluso que Sir Lancelot.

Al rato apareció nuestro segundo personaje, de pelo gris, cuarenta y tantos, barba canosa y blanco como la nieve del norte. Joe lo llamaré, entró con hamburguesa y Coca Cola en mano, y una sonrisa en el rostro. Se sentó, le preguntó algo a Jane, me imagino quizás, qué pasaba, luego se sentó a su lado.

No es que sea un fisgón, pero por lo que pude escuchar, parece que la adolescente lloraba por asuntos familiares, la palabra “Christmas” no faltó en la conversación. Al poco rato de conversar parece como que nada de lo anterior hubiera pasado. No escuché a fondo lo que hablaban, pero por lo que pude descifrar supe que Joe aconsejaba a Jane, como un padre lo hace con su hija, y entre mordisco a la grasosa carne de vaca entre pan y sorbo a la gaseosa, la palabra “smile” salió a relucir.

Mi vuelo no mejoró, pero en esta sala de espera, de este aeropuerto, pude ver cuán grande es Dios y como él, cual padre bueno, nos va enseñando constantemente en la vida. Si le prestara toda la atención a lo malo de las cosas y a las precariedades de la vida, concluiría que la misma es una mierda. Aun así, estos breves instantes son los que nos hacen aprender que solo basta con una sonrisa, una Coca Cola y hamburguesa, que son opcionales claro, pero sobre todo, unas buenas palabras calurosas y paternas son suficientes para cambiar lagrimas por sonrisas. Y con ellas soltar las cargas pesadas de la vida, y volar ligero, como mi vuelo de regreso a mi patria y mi hermosa familia que con ansias me esperaba.

1 comentario:

Yuan dijo...

Los aeropuertos! Son lugares en donde he aprendido tanto! Nuestra vida es una especie de tránsito en un aeropuerto de escala.
Gracias por este post!
Abrazo desde Santo Domingo.