martes, 6 de marzo de 2012

Mi ejército y yo: Crónica de una muerte anunciada




29 de febrero de 2012, 2:25 de la tarde. Nos encontrábamos todos en nuestras trincheras de metro y medio de plywood, lugares que se han convertido en nuestros bautisterios, casas y tumbas. Cortos de municiones, bajo el calor sofocante y el cansancio que solo otorga la desesperanza. Mi ejército,  con la moral baja miraba como se acercaba la hora de nuestro fin. En las mentes de cada uno de nosotros pasaban, como vehículos en una autopista, nuestras realidades particulares, y sobretodo la tristeza de nuestros seres queridos al saber de nuestro inminente fracaso.

Así estaba yo, comandando junto a mi pelotón la guerra suicida del día a día, combatientes cuyo mejor entrenamiento puede reflejarse en esas cicatrices, que no pueden verse ni con los mejores equipos de visión nocturna de la US Army. Hombres y mujeres promedio, hijos de la relación incestuosa del olvido y la desigualdad, seres humanos vedados de la habilidad psíquica de soñar, cuya única fuente de energía que mantiene esos cuerpos con vida es un "si Dios quiere", como hálito final antes de expirar.

En el medio de ese triste panorama me encontraba, viviendo segundo a segundo cada latido del corazón como si fuera el último, haciéndome ideas falsas, fruto de mi ingenuidad o quizás de mi terquedad, típica de un general, por no querer aceptar que todo estaba perdido, que ya olíamos a "muerto viejo".

Y así las 2:30PM marcaron nuestra hora de muerte, era una realidad, habíamos perdido la guerra, guerra que con tanta esperanza infantil habíamos mantenido por cuatro largos días, pensando que el destino por esta vez, aunque fuera solo por esta vez, nos daría la buena cara. Atentos y listos para marchar hacía nuestro paredón, cargando únicamente nuestra marchitada dignidad como equipaje, fuimos interrumpidos por las ácidas palabras de un miembro de la compañía, que exclamaba lo evidente, lo vergonzoso:

-"Coño, no han pagado....."